Friday, November 21, 2008

"Ser o no ser..."

...ninguno de los dos.

Thursday, November 20, 2008

No hay nada de malo en tener expectativas. Lo malo es sufrir por que no sucedan...

...o porque sucedan.

Thursday, November 13, 2008

El peligro del nihilismo


Es fácil comprobar la insustancialidad del "yo" o, como es llamado también, del "Ego". Nos regocijamos en el hecho de exponer fantasías, telarañas falsas, fabricaciones mentales, psicopatologías y realidades egocéntricas. Delatamos actos físicos egoistas como las adicciones, e incluso las sutilezas como las tensiones innecesarias de nuestros músculos cuando estamos angustiados o estresados.

Cuando alguien afirma que "el yo sí existe", inmediatamente saltamos y hacemos todo lo posible por comprobar que ese "yo" no es mas que una acumulación de creencias, costumbres, culturas y conceptos no actualizados, y que no es, como creen la mayoría, una ser inherente. Es fácil hacer eso. Saltamos y afirmamos que ni siquiera nuestras emociones, sensaciones físicas o percepciones sensoriales son, en conjunto, ese "yo".

Claro, también es beneficioso exponer dicha insustancialidad: vivir regido por una prisión egocéntrica es un infierno. Más cuando nos acostumbramos profundamente a esta prisión (es difícil desapegarse de ésta). Más cuando vivimos adictos a toda clase de emociones positivas y negativas.

Sin embargo, afirmar que el "yo no existe" también es incorrecto y las consecuencias de tal aseveración pueden ser igual de desastrosas que las de afirmar el otro extremo, es decir, que el "yo existe".

Una frase que lo resume todo es: "brilló por su ausencia".

"El yo no existe" es la otra cara de la misma moneda. Es la película en negativo de una fotografía del "yo".

Imaginemos que el universo es una hoja de papel. Cuando nacemos en esta hoja, estamos en blanco. En esos primeros momentos de vida, carecemos de creencias, cultura, fantasías, telarañas falsas, fabricaciones mentales, psicopatologías, realidades egocéntricas, gustos y disgustos, imposiciones, miedos, etc.

Existimos en blanco. Somos transparentes, como luz clara. Del mismo color que el Universo.

Sin embargo, conforme pasa el tiempo, poco a poco acumulamos impresiones. Éstas pueden ser positivas o negativas. Si son todas positivas, tal vez crezcamos sin la capacidad de lidiar con las adversidades de la vida. Si son todas negativas, tal vez crezcamos con miedo y muchos mecanismos de defensa y hábitos destructivos. Nuestra transparencia poco a poco se vuelve opaca.

Acumulamos culturas, nacionalismos, creencias, conocimiento, comportamientos, perspectivas, miedos, etc. A tal acumulación la llamamos "yo". Si retomamos la metáfora de la hoja, el yo es algo que ya no es transparente y puro. Ahora, es como un dibujo de nosotros mismos sobre la hoja. Ahora nuestra metáfora es una hoja de papel con un "yo" bien delineado, coloreado y detallado.

El universo, como todos sabemos, está en constante movimiento. Entonces, supongamos que para representar el cambio del universo, nuestra hoja de papel cambia de color constantemente conforme pasa el tiempo. A veces es una hoja roja, otras veces azul, gris, rosa, etc. Por lo mismo, llega un punto en el que nuestro dibujo deja de gustarnos porque el color de nuestro "yo" no contrasta armoniosamente con el color de la hoja, que es el universo. Decidimos cambiar nuestro "yo" y después de muchos esfuerzo, cambiamos de color, sólo para darnos cuenta que, conforme pasa el tiempo, el universo volvió a cambiar de tonalidad.

Lo anterior nos causa angustia, frustración, sufrimiento, etc. Pensamos "¿por qué no puede todo permanecer del mismo color? Así no tendría que estar cambiando yo de color". ¿Qué hacemos? Ilusamente tratamos de controlar el color del universo (y el color de todos los seres incluidos en éste). Habrá éxitos al ejercer control y habrá decepciones cuando no logremos controlar. Pensaremos "a veces la vida nos responde, a veces no". De hecho, conforme pasa el tiempo, concluimos selectiva y pesimistamente "la mayoría de las veces la vida no me responde, la gente me defrauda". Para nada es trillado mencionar que por lo regular vivimos regidos por la idea: "el mundo gira alrededor de nosotros".

Luego escuchamos por ahí que el problema es precisamente la existencia de este dibujo, de este "yo" tan incambiable, permanente, inflexible, tan denso y sólido. Nos dicen por ahí, que este dibujo sobre la hoja es una problema porque tenemos que redibujarlo una y otra vez para que armonice con la naturaleza cambiante de la hoja en blanco. Nos dicen por ahí, que para liberarnos de una vez por todas del estar dibujándonos infinitamente, debemos reconocer que el "yo" no es más que un dibujo y por lo mismo no existe. Nos dicen que todas las acciones egocéntricas reafirman la existencia de este "yo" que "no existe". Que todos nuestros gustos y disgustos, cultura, nacionalismos, creencias, egoísmos, idiomas, palabras discriminadoras, excluyentes, incluyentes, separatistas, etc., reafirman la existencia del "yo fantasma".

Como es natural, optamos por eliminar todo esto dañino. Todos estos "actos, palabras y pensamientos egoistas e ignorantes". Primero utilizamos una goma de borrar. Tallamos con el borrador el dibujo y nos damos cuenta que es sumamente difícil deshacerse de tanta pintura (no importa si es nociva o no, el punto es borrarlo todo), tantos colores encimados (recordemos que son años de impresiones, cultura, prejuicios, creencias, miedos, traumas, etc.). Presionamos el borrador con más fuerza. Nos lastimamos. Pensamos "No importa, tengo que borrar todo el dibujo porque el 'yo' es 'malo'".

El color se diluye pero no desaparece. El "yo" sigue ahí, bien tallado pero sigue ahí. Insistimos en la eliminación cromática y logramos "purificar" nuestra existencia de todos los colores (o eso creemos). Quedamos de color blanco. Pero la silueta blanca del "yo" sigue ahí plasmada sobre la hoja de tonalidad cambiante. El universo sigue cambiando de color, y nosotros insistimos en ser blancos, porque en nuestra cabeza el blanco "es pureza". Pensamos "debemos ser puros". Pensamos "debemos no mezclar nuestra blancura con los demas colores". Cuando el universo es de color negro, el "yo" resalta más que nunca (y obviamente estorba más que nunca). Pensamos, "el universo está 'mal' y yo estoy 'bien'. Yo sí soy blanco y puro". Pensamos " De lo blanco que soy, YO NO EXISTO". Pero en realidad solidificamos más que nunca a ese "yo".

Alguien por ahí nos dice "no amigo, no tienes que ser blanco y puro, eso es reafirmar al Ego, solo tienes que ser el color que ya eres, esa es la libertad total del 'yo'". Entonces dejamos de insistir en ser blancos y pensamos, "¡Claro! Puedo ser negro si quiero, puedo ser rojo o gris! Eso es libertad del 'yo'" . La silueta del "yo" permanece. Los actos contrastantes permanecen. Justificamos todas nuestras acciones y adicciones con la afirmación de que "ser puro y blanco es ser Ego y podemos ser el color que queramos". El sufrimiento permanece, y optamos por irnos de nuevo al color blanco. Nada cambia. El contorno del "yo" sigue ahí. Nos enojamos y nos volvemos todos negros. Nada cambia. La angustia continúa porque el "yo", evidentemente, sigue ahí.

Alguien nos dice "No, así no es. Tienes que vaciarte de todos los colores".

"Cómo no se me había ocurrido antes. Hay que ser vacíos." Lo que hacemos es ir por unas tijeras y recortamos el dibujo. Nos repetimos, "yo no existo, yo no existo, no existo, no existo...." Infinitamente, existencialmente... Nihilistamente. Suprimimos cualquier acto corporal que sugiera la presencia del "yo", osea, casi todos los actos posibles de nuestro cuerpo. Hasta el punto de estar en estado catatónico (decimos que es meditación), completamente desconectados con el universo. Eliminamos de nuestro vocabulario, religiosamente, la palabra "yo". De hecho excluimos todas las palabras de nuestro vocabulario que impliquen un "yo". Es decir, palabras como "mi", "tu", "me", "soy", etc. Idolatramos y nos apegamos a los gerundios como "siendo" y "existiendo", nos aferramos a las palabras "puras", es decir, puras de cualquier "mancha" que sugiera un "yo".

Ah, se me olvidaba... censuramos implacablemente los pensamientos, bajo la premisa que el pensamiento es justamente todo ese conocimiento "bazura" acumulado. Nos dijeron por ahí que los pensamientos son la raiz de todos nuestros sufrimientos, que los conceptos nos encasillan, nos fragmentan, nos aprisionan. ¿Qué hacemos? Los borramos (incluyendo los pensamientos saludables).

¿Desapareció el "yo"? No. La silueta ausente brilla. La silueta permanece.

Esa forma de ser angustia mucho. La profanación y supresión de uno mismo es uno de los peores sufrimientos que podemos experimentar. Es la muerte en vida. Es un suicidio en vida. Claro, el acto de quitarse la vida (o la del universo) es el nihilismo llevado al extremo.

La "no existencia del 'yo'" hace perpetuo el "yo".

Debe haber otra forma de ser, otra forma de estar.

Por fortuna sí la hay. La libertad total es justamente la liberación de tanto la "existencia del yo" como de la "no existencia del yo". Corporal, verbal y mentalmente.

Es una libertad que no acepta o rechaza al "yo". Una libertad que no incluye o excluye. No fragmenta ni unifica. Es una libertad inmensa, abierta, espaciosa, transparente, flexible. No importa de qué color sea la hoja. La libertad es transparente, clara, dócil; es libre de extremos.

Esta forma de ser y estar simplemente es.

Corporal, verbal y mental.

Sunday, November 09, 2008

Sobre el movimiento


Nada de lo que somos se encuentra fuera de la existencia. Suena obvio, pero, la verdad es que rara vez actuamos acorde a lo anterior. De hecho casi nunca. Somos como una gota de agua que insiste en ser independiente del océano en el que vive. Bajo ese comportamiento confundido, cada acto, palabra o pensamiento surge como si fuese lo único que existiese. Hay un gusto por esa sensación. Esa idea de que estamos aquí y todo gira alrededor de nosotros. Sin embargo, lógicamente el universo y sus naturales procesos continúan su movimiento. Las olas se mueven a pesar de nosotros. Debido a este aislamiento inconsciente en el que nos encontramos, percibimos el universo y su contenido de una forma perturbante. Nos resulta molesto. Pensamos que ese movimiento es en realidad una corriente profunda que pretende diluirnos.

Pronto encontramos una solución (aunque temporal). Lo que hacemos es prescindir, ignorar, excluir y silenciar todo movimiento que atente contra nuestra forma de ser.

Prescindimos de él, de ella, de cada ser humano contrario a nosotros. Incluso de nuestros propios pensamientos lógicos que surgen de forma natural y que percibimos como contrarios a nuestra naturaleza. Y si acaso las opiniones externas que atentan contra nuestra existencia, resultan coherentes y convincentes, las silenciamos de forma verbal, física o mental. No importa. Tarde o temprano encontramos la armadura perfecta contra todo lo que se mueve afuera de nosotros. No nos importa que tan grande sea nuestro esfuerzo, que tanta energía desperdiciemos, que tantas heridas nos hagamos, siempre logramos ser impenetrables, inmovibles ante cualquier movimiento contrario.

Cada individuo es así. Cada uno, en mayor o menor grado, va por la vida impregnado de defensas para proteger su forma de ser.

Pero repito: nada de lo que somos se encuentra fuera de la existencia. Por lo mismo, es absurdo hablar de una forma de ser independiente de la existencia.

Supongamos que nos encontramos parados en el centro de una balanza. Todo está bien, todo está tranquilo, equilibrado. Pero, supongamos que por curiosidad o aburrimiento, nuestra forma de ser se inclina al lado izquierdo de la balanza. Como es de esperarse, ésta se moverá. El extremo derecho subirá y el izquierdo bajará. Nos damos cuenta de que a nuestra forma de ser le gusta esta sensación de caer. Luego lo intenta de nuevo pero ahora hacia el otro lado. Conforme pasa el tiempo, nos balanceamos de un lado a otro, pero pronto se vuelve aburrido. Rotamos poco a poco y de repente el movimiento se vuelve un sube y baja giratorio. De repente el movimiento de nuestra forma de ser nos da vértigo. Queremos detenerlo pero esto es imposible en un inicio porque la energía kinética de nuestra forma de ser se ha acumulado y, por lo mismo, es dificil detenerla. No obstante, con mucho ezfuerzo, logramos calmar las agitaciones. De nuevo, nos encontramos en el centro. Todo está tranquilo de nuevo.

Obvio, nuestra forma de ser se aburrirá y de nuevo y se aventurará a jugar al sube y baja. Como es de esperarse, de nuevo todo se volverá un movimiento sin control.

Recordemos que no estamos separados de la existencia. Es absurdo hablar de una forma de ser separada de la existencia. Una vez comprobado lo anterior, nos damos cuenta de que cualquier movimiento afectará todo lo incluido en la balanza. Si bajamos, todo lo que está en el otro extremo subirá. Algunas circunstancias descenderán y otras ascenderán. Lastimaremos a los que no quieren bajar y bajan a fuerzas, y a los que no quieren subir y suben obligados por nuestros deseos de movernos.

Y todo por la suposición de que nuestra forma de ser es independiente de este océano llamado existencia.

Se volverá una costumbre nuestro movimiento. Nosotros mismos también saldremos afectados. Caeremos cuando no queremos caer ya que por costumbre nos asomamaremos a uno de los lados de los precipios y resbalaremos, y subiremos cuando no querramos subir sólo porque nuestra forma de ser, por costumbre, piensa que subir es lo correcto.

Esa vida no es vida.

Hay algunas almas afortunadas por ahí que son libres de la esclavitud de su forma de ser. De hecho, ni siquiera se preocupan por el movimiento que ocurra. Al contrario, disfrutan cualquier ola ontológica. Saben que en el movimiento infinito sobra querer crear más movimiento. Las crestas y valles son incesantes y multidireccionales, entonces ¿para qué crear más?

Saben que esta dichosa forma de ser nociva es un movimiento más. Y por lo mismo, ni siquiera lo reprimen. Es imposible detener el movimiento con más movimiento. Saben que lo anterior no significa justificar más movimiento nocivo. Simplemente dejan que éste se apacigüe poco a poco.

Y si las aguas cambian su naturaleza, si las corrientes toman otro curso, no importa. Si la ola es pequeña, grande, violenta o serena, no importa, ellos saben que su forma de ser es agua y no roca.

Una vez más... Nada de lo que somos se encuentra fuera de la existencia. Y ésta, nunca deja de moverse.