Thursday, February 12, 2009

La confusión


"Existir" y "no existir" es exactamente lo mismo: la confusión fundamental de la realidad fenoménica.

Saturday, February 07, 2009

Apertura


Gran parte de lo que es la compasión genuina ya la conoces. Por lo general estamos acostumbrados a pensar que la compasión es algo así como sentir lástima por los que están en una situación no favorable. Pero, además de ser una perspectiva muy convencional, es también errónea. La compasión no es simplemente querer ayudar a la gente que sufre. La compasión es una cualidad de la realidad sumamente potente. Es una inmensidad que libera, es una naturaleza que refresca los corazones de las personas, es el aire que se respira después de mucha asfixia anímica.

La compasión es apertura. Es uno de los Cuatro Inconmensurables precisamente por su aspecto sin límites. Esta apertura, que es la compasión, es tan abierta que se parece al espacio mismo. En esta apertura se reconoce todo. La compasión reconoce todo, no le cierra la puerta a nada ni a nadie. Es un espacio en donde cualquier cosa puede manifestarse libremente. En términos más superficiales, la compasión es un deseo de que las personas dejen de sufrir por medio de la apertura. Precisamente porque la compasión es tan abierta, cualquier ser sintiente (o fenómeno) se siente completamente libre. Esa libertad lleva a la felicidad y a la paz. Esa libertad carece de sufrimiento.

¿Qué significa esto en nuestra humanidad?
Cuando nos comunicamos, al ser compasivos, somos abiertos. Nuestro diálogo es siempre abierto como el espacio. Abierto como los horizontes o los océanos. Nuestro conversar no es un calabozo. No es una habitación con las ventanas cerradas. No es un espacio definido sin ventilación alguna. Nuestra comunicación es abierta. Es tan abierta que es sumamente directa. Nada se interpone en la comunicación. Cada idea, palabra u oración puede respirar libremente en nuestra comunicación. Esa es la genuina comunicación compasiva. Una comunicación libre de miedo, codependencia o mentiras. Libre de pisotones, humillaciones, descalificaciones agresivas, imposiciones o discriminaciones. Esta apertura, que no es otra cosa mas que compasión, es una de las cualidades o aspectos de la consciencia infinita, inmortal, inmutable, no nacida, más allá de los conceptos.

Esta apertura, en la comunicación, se manifiesta como honestidad ilimitada. No hay engaños, no hay fabricaciones mentales. No hay astucia egocéntrica. No hay maquiavelismos. Las palabras compasivas están vacías. ¿Vacías de qué? Vacías de inflexibilidad, vacías de agresividad, vacías de necesidad de existir sobre las palabras de los demás, vacías de necesidad de lo que sea, vacías de empujones, vacías de golpes, vacías de cachetadas, de protagonismos, de adornos vanidosos, vacías de caracter manipulador, vacías de impaciencia, de pretensiones y sobre todo, vacías de miedo. Las palabras compasivas están vacías y esa vacuidad es tan espaciosa que no asfixia nada, a nadie ni a sí mismas. Todos los discursos son bienvenidos. Esa apertura por todo es la expresión más genuina de la honestidad y la consciencia.

La compasión, por lo mismo, posee una cualidad muy peligrosa para el Ego: la honestidad. Es por ello que la compasión genuina es el mejor de los espejos. Revela las cosas tal y como son. Este tipo de práctica de la compasión es muy difícil de realizar para la mente convencional. Lo único que una mente egocéntrica hace es ser el espejo de todos los demás y NUNCA de sí mismo. Ese reflejo no es compasivo. Ese reflejo es sólo agresivo. La verdadera honestidad compasiva no es selectiva. Como dije, es abierta a todo. Por lo mismo, la compasión es un peligro para nuestro Ego, pero es la medicina más sublime de todas. Alivia todos los corazones. Un verdadero amigo o amiga compasivo es un peligro para nuestros teatros, pero es una semilla de paz en uno mismo. La compasión es un peligro para nuestros dramas, victimizaciones, nuestras fantasías, nuestros apegos o expectativas. Es un peligro para nuestros mecanismos de defensas. Nuestro Ego la percibe como una verdadera locura. Dile al Ego que es Ego y siempre responderá "estás loco". Pero la compasión genuina es siempre así, abierta, honesta y espaciosa. Tan espaciosa que no se puede esconder nada. Todos los cajones se abren, todas las piedras se levantan, todos los insectos salen debajo de las piedras, todas las ventanas se abren y todos los hedores salen y se disipan. Todos los armarios se abren, todo "sale del closet". Eso es compasión: la libertad total de cualquier prisión. Libertad de todas las asfixias anímicas. Proporcionar ese espacio es un alivio para los demás y también para uno mismo. Después de disipar el dolor de otros por medio de nuestra apertura compasiva, ahora hay dos personas con apertura compasiva.

Esa apertura y honestidad inherente en la compasión, sólo trae liberación. Y la liberación es el fin del sufrimiento.

Lo mismo aplica en la meditación: la compasión es la apertura innata en nosotros mismos. No se excluye nada, no se incluye nada a fuerzas. La compasión es espaciosa, no es "empujadora". En este espacio, en esta apertura, cada fenómeno tiene su lugar, cada fenómeno ejerce libremente su dignidad, y su dignididad no es otra cosa más que su ser genuino sin pretensiones. Nuestro respirar es digno, nuestra piel es digna por ser piel, no necesita más adornos, no necesita de nada para ser valiosa. Lo mismo se dice de nuestros pensamientos, del movimiento de nuestro torso mientras respiramos. Es un movimiento elegante y nuestra compasión innata no interfiere con nada porque nuestra compasión innata solo desea que todos los fenómenos sean libres de ser lo que quieran ser. Nuestros parpadeos, la sensación corporal del peso de nuestro cuerpo también tiene derecho de surgir, la sensación de la ropa sobre nuestro cuerpo también tiene derecho de ser. Los olores, los sonidos, todo lo que percibimos tiene derecho a ser. Nuestra compasión innata y espaciosa lo reconoce todo sin poner resistencia.

La consciencia que surge de nuestra práctica de meditación, es la práctica de la apertura. Entre más nos abramos a lo que sea que suceda, más se cultiva la compasión. En la compasión no hay miedo, en la compasión hay comprensión y calidez. Hasta nuestro dolor tiene derecho a ser, hasta nuestras preocupaciones tienen derecho a ser libres. No hay por qué tratar de controlarlas. En el momento en el que nuestras preocupaciones perciben el control que queremos ejercer sobre ellas, en ese momento dejamos de ser compasivos porque comenzamos a asfixiar a nuestras preocupaciones (lo mismo ocurre cuando queremos controlar las preocupaciones de nuestros seres queridos). Ese control corta la respiración de cualquier naturalidad o espontaneidad. Ese control reprime y eventualmente mata el sentir del corazón. Por ello, en la meditación no se reprime nada, no se asfixia nada, no se mata nada. En la meditación se reconoce todo. Absolutamente todo: pensamientos, sensaciones, percepciones, cuerpo, consciencia, antojos, preocupaciones, ansiedades, angustias, placeres, desesperaciones, egocentrismos, hábitos mentales compulsivos, paz, tranquilidad y, por supuesto, se reconocen todos los fenómenos de la existencia (el mundo de las apariencias: sonidos, imágenes, olores, sensaciones externas). Nuestra compasión proporciona espacio para que todo lo posible respire, para que todo sea libre de ser.

Es tanta la apertura de la compasión que ni siquiera reprimimos, controlamos o interferimos con la vida y la muerte natural de los movimientos egocéntricos. Es en esta apertura de la compasión en donde se diluyen compasivamente los actos nocivos y egocéntricos. La compasión no se aferra ni se engancha con los impulsos. No se aferra porque la compasión es espacio. No es garras. No se engancha porque la compasión es libertad, no temor. No necesita bases, ni puntos de referencia, no necesita de donde agarrarse. Una vez más, es apertura.

Tuesday, February 03, 2009

Intrepidez


Vamos por la vida con lentes oscuros. Son unas gafas pesimistas, decadentes y nocivas. Nuestra óptica no es real. Las gafas que portamos hacen que la realidad sea vea dolorosa. Por lo mismo, nuestro cuerpo actúa según lo que observa. Si nos gritan, nos duele. Si son indiferentes con nosotros, nos duele. Si nos miran con odio, nos duele. Si se burlan, nos duele.

Con las gafas, un grito no es un grito, es una amenaza. Una indiferencia no es indiferencia, es una grosería. Una mirada iracunda no es una mirada iracunda, es un ataque. Una burla no es una burla, es una humillación.

Bien. Quítemonos los lentes. ¿Qué queda?

Un grito, una indiferencia, una mirada iracunda y una burla. Nada más ni nada menos.

Sin las gafas el grito ya no es amenaza. El grito es grito.
Sin las gafas la indiferencia ya no es una grocería. La indiferencia es indiferencia.
Sin las gafas la mirada iracunda ya no es un ataque. La mirada iracunda es una mirada iracunda.
Sin las gafas la burla ya no es una humillación. La burla es burla.

Si ya no hay amenaza, grocería, ataque o humillación, no hay dolor.
Si ya no hay dolor, no hay por qué temer.
Si ya no hay por qué temer, no hay por qué defenderse.
Si ya no hay por qué defenderse, no hay enemigos.
Si ya no hay enemigos, no hay guerra.
Si ya no hay guerra, sólo hay paz.

Por otra parte...

Si ya no hay amenaza, no hay amenazador.
Si no hay amenazador, ya no hay amenazado.
Si ya no hay amenazador ni amenazado, no hay por qué temer.
Si no hay por qué temer, hay tranquilidad.

Si ya no hay grocería, no hay grosero.
Si no hay grosero, ya no hay ofendido.
Si ya no hay ni grosero ni ofendido, no hay por qué temer.
Si no hay por qué temer, hay tranquilidad.

Si no hay ataque, no hay atacante.
Si no hay atacante, no hay atacado.
Si no hay ni atacante ni atacado, no hay por qué temer.
Si no hay por qué temer, hay tranquilidad.

Si no hay humillación, no hay humillador.
Si no hay humillador, no hay humillado.
Si no hay ni humillador ni humillado, no hay por qué temer.
Si no hay por qué temer, hay tranquilidad.

De nueva cuenta, quitémonos esos lentes negativos.
Sin éstos, sólo hay lo que hay: un grito, una indiferencia, una mirada iracunda y una burla. Nada más ni nada menos.

¿Qué se hace ante un grito, una indiferencia, una mirada iracunda y una burla que no son amenazantes, groseras, agresivas o humillantes?

Nada. Absolutamente nada.

Ok, entonces, que suceda lo que tenga que suceder. Que suceda el grito, la indiferencia, la mirada iracunda y la burla.
Sin las gafas nocivas, no importa qué suceda, no hay dolor, no hay temor, no hay guerra.